El verdadero Robinson Crusoe, o al menos la persona en la que Daniel Defoe se inspiró al escribir su famosa novela, fue un marinero escocés que navegó como corsario a finales del siglo XVII.
Alexander Selkirk nació en la pequeña aldea de Lower Largo, en la costa este de Fife. Este pueblecito pesquero, de igual manera que en la actualidad, basaba entonces su forma de vida en las capturas del Mar del Norte. Pero lejos de ser pescador, Selkirk eligió surcar los mares en busca de tesoros y fortuna a bordo de los galeones de la Marina Real Británica.
El joven Alexander Selkirk
Ya desde muy pequeño fue un adolescente problemático. Alexander fue durante toda su vida un rebelde y esta desobediencia constante le llevó a convertirse en un delincuente perseguido por la justicia. Su padre, el zapatero del pueblo, era un hombre honrado, estricto y con un gran sentido de la disciplina, aunque nunca consiguió enderezar el comportamiento errático de su hijo.
Los problemas con la ley le llevaron a buscar una salida en alta mar, donde consiguió dejar sus problemas atrás y forjarse una nueva vida como corsario de su Majestad.
Abandonado en una isla
En una de sus expediciones corsarias a bordo del Cinc Ports, Selkirk (por aquel entonces contramaestre) tuvo una fuerte discusión con su capitán Thomas Stradling. Éste, cansado de sus constantes insubordinaciones, decidió dejarlo a su suerte en una isla deshabitada del Pacífico, a más de 650Km de la costa de Chile. Se estaban aprovisionando y haciendo algunas reparaciones antes de proseguir hacia Panamá, cuando la expedición abandonó a Alexander Selkirk a su suerte. Con ayuda de su ingenio, se las arregló para soportar 4 años y 5 meses antes de ser definitivamente rescatado el 2 de Febrero de 1709.
Supervivencia
Dispuso de algunos utensilios que le permitieron llevarse del Cinc Ports: un cuchillo, una manta, una olla, un mosquete, polvora, munición y una biblia. Solo con eso se las ingenió para resistir todo el tiempo que pasó en la isla.
Si algo no le faltó fue el alimento. Podía cazar cabras salvajes, pescar langostas y atrapar cangrejos. También encontró frutas y hortalizas autóctonas y aunque la alimentación no fue un problema, las duras condiciones meteorológicas y sobretodo la soledad hicieron de esos años una auténtica pesadilla para él.
Selkirk leía la biblia para mantener la cordura y al menos poder escuchar su propia voz. No tuvo contacto con nadie y hasta en dos ocasiones tuvo que esconderse de galeones enemigos que atracaron en la isla para aprovisionarse.
Rescate y fama
Al fin, después de una eterna espera fue rescatado por dos barcos corsarios que aparecieron en el horizonte casi cuatro años después. Curiosamente, el capitán William Dampier (previamente, oficial superior de Selkirk en la cadena de mando inglesa) capitaneaba el Duke, uno de los dos navíos.
Toda la tripulación se sorprendió cuando vieron aparecer a Alexander Selkirk en la playa, emocionado e incapaz de articular palabra.
Su historia de supervivencia se hizo muy popular en la época y aunque se escribieron muchos libros y relatos sobre sus hazañas, nunca percibió ni un solo chelín de ninguna de aquellas obras basadas en sus aventuras.
El verdadero Robinson Crusoe, Alexander Selkirk, tiene un monumento en su pueblo natal y el reconocimiento a su gran historia de supervivencia.
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